diumenge, 30 de desembre del 2012

Més de 50 anys

Un amic meu va ser batejat el 17 de juny de 1962. Té, si fa no fa, la mateixa edat que jo: més de mig segle. Son iaio va prendre's molt seriosament la qüestió del recordatori d'aquell bateig, i la mostra d'això la teniu en les fotos adjuntes, amb la senyera de les quatre barres -soles- com a element més destacat del recordatori esmentat. Per dins, en obrir-lo, la sorpresa: s'hi llig "Amb l'alegria dels meus pares i apadrinat pels meus tios" (...) "he segut batejat en l'església de Sant Joan i Sant Vicent, de València, amb el nom de" (...) "el dia 17 de juny de 1962". Tot, doncs, està escrit només en valencià, en la classe de valencià que llavors no qüestionava ningú (només, potser, Bayarri). I tot vé acompanyat pel senyal heràldic i vexil·lològic que uns anys després apareixeria -davant els ulls de molts- com la poma de la discòrdia. En ple franquisme un iaio, que no se m'ocorre més que qualificar de valencianista "de base", feia valencianisme (i del sincer) en el si d'una societat que encara no estava mortalment ferida pel conflicte que esgotaria les seues potencialitats. Orgull de iaio, tot plegat.

 
 

dimarts, 6 de novembre del 2012

Alguien debería decirlo más a menudo


NOTA: ESTA ES LA TRADUCCIÓN AL CASTELLANO DEL ARTÍCULO RECOGIDO EN EL POST ANTERIOR:
DADA LA TEMÁTICA DEL MISMO, QUIZÁ PUEDA SER DE INTERÉS PARA QUIENES, DESDE LAS TIERRAS CASTELLANOHABLANTES, SIGAN EL DEBATE ACTUAL SOBRE CATALUÑA.
Desde que, en 1812, se puso negro sobre blanco la memorable frase «La Nación Española es la reunión de todos los Españoles de ambos hemisferios», los catalanes, en injusto genérico, han estado bajo sospecha en España bastante más de la mitad del tiempo transcurrido. Y eso alguien tendría que decirlo más a menudo.
Lo estuvieron, incluso, durante una parte del periodo en que los intelectuales y las elites sociales de Cataluña calificaban, y sentían, el castellano como la lengua nacional que les correspondía. Incluso entonces, desde Madrid se juzgó que no hacían lo necesario para reducir su idioma al estado de patois.
Tampoco se contempló como positivo ―se atacó o se despreció más bien― que pidiesen autonomía, en las décadas finales del siglo XIX, para su territorio. Entonces los catalanes decían, y sentían, que Cataluña era una región de la nación española, pero aquella creencia no les sirvió de mucho en sus propósitos (tan bien ejemplificados en Valentí Almirall y sus obras Lo catalanisme y L’Espagne telle qu’elle est).
Se sabe igualmente que, muchísimo antes del Desastre de 1898, hubo dirigentes catalanes convencidos de que los destinos políticos generales no podían jugarse al margen de la «fábrica de España». Y que pugnaron por ser los principales protagonistas del juego. Pero jamás consiguieron la hegemonía de la construcción española. Ortega y Gasset se encargaría de aclarar posteriormente las razones de aquel no, con la reflexión que ponía de relieve como «La ética industrial, es decir, el conjunto de sentimientos, normas, estimaciones, principios que rigen, inspiran y nutren la actividad industrial, es moral y vitalmente inferior a la ética del guerrero». Un horror.
Con la generación intelectual de Prat de la Riba, las sospechas ya tenían su razón de ser amparadas en papeles como El compendi de la doctrina catalanistaLa question catalane (de 1898) i La nacionalitat catalana: había nacido el nacionalismo catalán, y España ya no era la nación de aquellos catalanes, ni el castellano su lengua nacional. No obstante, la ideología de Prat i Cambó pretendía hacer l'Espanya Gran. Tan gran, que Portugal y la práctica mitad meridional de Francia eran tierras convocadas inicialmente a la aventura. Eso por no hablar del horizonte colonial que se quería columbrar.
Pero sin llamarle nación a España, y por más que lo último «ofrecido» fuese un programa imperialista en toda regla (regeneracionista desde la periferia y con retóricas y ambiciones del momento), el no de la Meseta volvió a ser rotundo. De nuevo Ortega explicitaría más tarde lo que otros habían callado antes: «Porque no se le dé vueltas: España es una cosa hecha por Castilla, y hay razones para ir sospechando que, en general, sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral». Otro horror orteguiano.
Una España, en todo caso, cuya monarquía llevaba perdiendo territorios desde finales del siglo XVI: parecería más bien que «en general, sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados» para ir despidiendo a los díscolos ―ya legión― que desde la Holanda orangista en adelante han proclamado la independencia. Y esto, también esto, alguien tendría que decirlo más a menudo.
A Cataluña, finalmente, le concedieron la Mancomunitat (¿«toma y calla»?); y a Catalunya le arrasaron la Mancomunitat. Y en abril de 1931, en el transcurso de aquella primavera de transitoriedades, Cataluña proclamó una república y le devolvieron una Generalitat. Pero como después de la Sanjurjada las Cortes españolas aprobaron un Estatuto, y a pesar de los recortes políticos padecidos en el proceso, los catalanes se mostraron razonablemente satisfechos. Los nombres de Pompeu Fabra y de Antoni Rovira i Virgili pueden representar bastante bien aquellos tiempos de autonomía.
Una lástima que, en aquella Europa de antifascistas y anticomunistas, la tensión fuese tanta que activara los hechos de Octubre de 1934; y una desgracia inmensa que, dos años después, la revuelta del ejército español de África solo constituyera el preludio de una tragedia de dimensiones épicas. Por si hace falta recordarlo, quien ganó la guerra tenía en su programa la abolición del Estatuto. Y lo hizo. Llegó la catacumba.
Mucha gente todavía tiene en la retina la sucesión vertiginosa de hechos que, con referencia a Cataluña, se vivió durante la etapa conocida como Transición. La gigantesca manifestación del 11 de septiembre de 1977, el Ja sóc aquí (con la consiguiente inserción, en la legalidad preconstitucional, de un vestigio republicano), la participación de catalanes en la Ponencia de la Constitución española de 1978, el Estatuto de 1979, el golpe de estado del 23 de febrero de 1981, la adyacente Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico, LOAPA, que posteriormente seria declarada anticonstitucional en buena parte.
Con la LOAPA, algo empezó a helarse en los labios de los catalanes: Cataluña, nacionalidad sobre el papel ―según la Constitución―, y motor (por emulación o por conveniencia de Madrid) de la autonomía de muchos territorios que no estaban en el guión inicial de la España renovada, tenía que abandonar cualquier esperanza de gran singularidad. La tentación jacobina, o las derivadas de la España Una, acotaban el terreno de juego.
Como síntoma, y en tiempos posteriores al 23-F como 1983, hasta un ex-presidente de gobierno (Leopoldo Calvo Sotelo) se permitía publicar que «Hay que fomentar la emigración de gentes de habla castellana a Cataluña y Valencia para así asegurar el mantenimiento del sentimiento español que comporta». Es lo que tienen las voluntades de rusificación a la española: que dejan clamorosas huellas escritas, y siempre hay quien las exhuma. Otra cosa es que, desde la Meseta, se sea capaz de entender cómo de ofensivas resultan tales afirmaciones en las latitudes mediterráneas. En democracia, y en dictadura.
Yendo hasta tiempos más cercanos a los de ahora, no seré yo quien niegue que lo que giró en torno del Estatuto catalán de 2006 puede ser considerado, en su globalidad, como lamentable: las promesas públicas hechas desde una de las Españas por cálculo electoral (cuando se pensaba en determinado escenario político); las elevaciones de la apuesta soberanista por parte de los moderados al efecto de superar, también por cálculo electoral, a los tradicionales poseedores de la radicalidad catalanista; la campaña anti-catalana en términos estrictos ―«¿Dónde hay que firmar contra Cataluña?»― que la otra España pudo emprender gozosa casi sin contrapesos; el pretendido acuerdo salvífico ―pero parcial― coronado por un cepillado en el parlamento español y una enorme abstención en el referéndum. Después, es bien sabido, el recurso al Constitucional condujo a una sentencia, en 2010, que hirió el corazón de Jordi Pujol.   
Llego al presente: algunos comentaristas de Madrid dicen que Artur Mas «ha matado al padre». De nuevo determinadas «cabezas castellanas», las que tanto se vanaglorian de sus «órganos», tienen las antenas estropeadas. De nuevo olvidan ―porque voluntariamente han querido menospreciar algunos hechos― que en 2005/6 i en 2010 se tocó la fibra sensible de millones de catalanes. De millones. Tanto se les tocó, que antiguos españoles del año decidieron el viraje (como mínimo personal). Así, y después de la manifestación masiva del 10 de julio de 2010, nadie podía dudar que la corriente soberanista/independentista se había ensanchado. Con las fases álgidas de la crisis, además, la bola no ha hecho más que rodar y rodar y crecer; más todavía porque, en contraste con la fortísima fiscalidad ejercida sobre el territorio de Cataluña, los vascos (en su mayoría no españolistas) y los navarros (españolistas en su mayoría) tienen una cosa en común: gracias al Concierto y al Convenio, respectivamente, en la práctica no se gastan un euro en el sostenimiento de España. El estado que odian, conllevan, o tanto dicen adorar, según el caso.
Millones de catalanes, pues, han pasado de afirmar ser una nación a mostrar fatiga con el estado. Y de la fatiga con el estado, a querer otro: 2012, 11 de septiembre.
Algunas encuestas afirman que un buen número de catalanes ven en la adhesión de Convergència i Unió al soberanismo ―relativamente reciente― una oportun(ist)a maniobra de distracción, de cuño publicitario, hacia la manera como el gobierno nacionalista catalán gestiona las duras circunstancias económicas, y sociales, de la Cataluñaa actual; pero las mismas encuestas también dicen que el 80% de los catalanes quieren ser consultados sobre si permanecer o no en el seno de España. Y se ha de suponer que quieren serlo sin que ningún militar español, en la reserva o en activo, les pueda coaccionar. Al fin y al cabo, ¿cuántos de los catalanes actuales pudieron votar en el referéndum de la Constitución de 1978?
En medio de los días agitados que se viven en torno a la consulta/referéndum que ―Artur Mas dixit― podría iniciar el camino para la constitución de Cataluña como estado de la Unión Europea, centenares de personajes de orientación mayormente progresista (y patria española) se han manifestado ante la opinión pública: de Almodóvar a Vargas Llosa. No han ahorrado las críticas, duras y previsibles, a Mas, CiU, et alii. Pero también han vertido unas frases que, francamente, tendrían de decirse más a menudo: «[...] si ese sentimiento [nacional] de forma mayoritaria se manifestara [en Cataluña] contrario de modo irreductible y permanente al mantenimiento de las instituciones que entre todos nos dimos, la convicción democrática nos obligaría al resto de los españoles a tomarlo en consideración para encontrar una solución apropiada y respetuosa». En medio de los truenos, y por fin, la constatación de que las relaciones de pareja solo pueden ser satisfactorias por la existencia del mutuo acuerdo. Sí: alguien tendría que decirlo más a menudo. Pero el mismo hecho de tener que decirlo ya nos informa de cómo está el patio en España.

Algú hauria de dir-ho més sovint


Des que, el 1812, se va posar negre sobre blanc la memorable frase «La Nación Española es la reunión de todos los Españoles de ambos hemisferios», els catalans, en injust genèric, han estat sota sospita a Espanya prou més de la meitat del temps transcorregut. I això algú hauria de dir-ho més sovint.

Ho estigueren, fins i tot, durant una part del període en què els intel·lectuals i les elits socials de Catalunya qualificaven, i sentien, el castellà com la llengua nacional que els corresponia. Fins i tot llavors, des de Madrid va jutjar-se que no feien el que calia per tal de reduir el seu idioma a l'estat de patois.

Tampoc va contemplar-se com a positiu ―va atacar-se o menysprear-se més bé― que demanaren autonomia, en les dècadas finals del segle XIX, per al seu territori. Llavors els catalans deien, i sentien, que Catalunya era una regió de la nació espanyola, però aquella creença no els va servir de molt en els seus propòsits (tan ben exemplificats en Valentí Almirall i les seues obres Lo catalanisme i L’Espagne telle qu’elle est).

Se sap igualment que, moltíssim abans del Desastre de 1898, va haver dirigents catalans convençuts que els destins polítics generals no podien jugar-se al marge de la «fàbrica d'Espanya». I que van pugnar per ser els principals protagonistes del joc. Però mai van aconseguir l'hegemonia de la construcció espanyola. Ortega y Gasset s'encarregaria d'aclarir posteriorment las raons d'aquell no, amb la reflexió que posava de relleu com «La ética industrial, es decir, el conjunto de sentimientos, normas, estimaciones, principios que rigen, inspiran y nutren la actividad industrial, es moral y vitalmente inferior a la ética del guerrero». Un horror.

Amb la generació intel·lectual de Prat de la Riba, les sospites ja tenien la seua raó de ser, emparades en papers com El compendi de la doctrina catalanista, La question catalane (de 1898) y La nacionalitat catalana: havia nascut el nacionalisme català, i Espanya ja no era la nació d'aquells catalans, ni el castellà la seua llengua nacional. Tanmateix, la ideologia de Prat i Cambó pretenia fer l'Espanya Gran. Tan gran, que Portugal i la pràctica meitat meridional de França eren terres convocades inicialment a l'aventura. Això per no parlar de l'horitzó colonial que volia albirar-se.

Però sense dir-li nació a Espanya, i per més que allò últimament «ofert» fóra un programa imperialista en tota regla (regeneracionista des de la perifèria i amb retòriques i ambicions del moment), el no de la Meseta va tornar a ser rotund. De bell nou Ortega explicitaria més tard allò que altres havien callat abans: «Porque no se le dé vueltas: España es una cosa hecha por Castilla, y hay razones para ir sospechando que, en general, sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral». Altre horror orteguià.

Una Espanya, en tot cas, la monarquia de la qual portava perdent territoris des de finals del segle XVI: semblaria més bé que «en general, sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados» per anar acomiadant els díscols ―ja legió― que des de l'Holanda orangista en avant han proclamat la independència. I açò, també açò, algú hauria de dir-ho més sovint.

A Catalunya, finalment, li van concedir la Mancomunitat («toma y calla»?); i a Catalunya li van arrabassar la Mancomunitat. I en l'abril de 1931, en el transcurs d'aquella primavera de transitorietats, Catalunya va proclamar una república i li van retornar una Generalitat. Però com després de la Sanjurjada les Corts espanyoles van aprovar un Estatut, i malgrat els retalls polítics patits en el procés, els catalans van mostrar-se raonablement satisfets. Els noms de Pompeu Fabra i d'Antoni Rovira i Virgili poden representar ben bé aquells temps d'autonomia. 

Una llàstima que, en aquella Europa d'antifeixistes i d'anticomunistes, la tensió fóra tanta que activara els fets d'Octubre de 1934; i una desgràcia immensa que, dos anys després, la revolta de l'exèrcit espanyol d'Àfrica només constuïra el preludi d'una tragèdia de dimensions èpiques. Per si fa falta recordar-ho, qui va guanyar la guerra tenia en el seu programa l'abolició de l'Estatut. I ho va fer. Arribà la catacumba.

Molta gent encara té en la retina la successió vertiginosa de fets que, amb referència a Catalunya, es va viure durant l'etapa coneguda com a Transició. La gegantina manifestació de l'11 de setembre de 1977, el Ja sóc aquí (amb la consegüent inserció, en la legalitat preconstitucional, d'un vestigi republicà), la participació de catalans en la Ponència de la Constitució espanyola de 1978, l'Estatut de 1979, el colp d'estat del 23 de febrer de 1981, l'adjacent  Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico, LOAPA, que posteriorment seria declarada anticonstitucional en bona part.

Amb la LOAPA, alguna cosa va començar a gelar-se en els llavis dels catalans: Catalunya, nacionalitat sobre el paper ―segons la Constitució―, i motor (per emulació o per conveniència de Madrid) de l'autonomia de molts territoris que no estaven en el guió inicial de l'Espanya renovada, havia d'abandonar qualsevol esperança de gran singularitat. La temptació jacobina, o les derivades de l'España Una, acotaven el terreny de joc.

Com a símptoma, i en temps posteriors al 23-F com 1983, fins un expresident de govern (Leopoldo Calvo Sotelo) es permetia publicar que «Hay que fomentar la emigración de gentes de habla castellana a Cataluña y Valencia para así asegurar el mantenimiento del sentimiento español que comporta». És allò que tenen les voluntats de russificació a l'espanyola: que deixen clamoroses empremtes escrites, i sempre n'hi ha qui les exhuma. Altra cosa és que, des de la Meseta, se siga capaç d'entendre com d'ofensives resulten unes tals afirmacions a les latituds mediterrànies. En democràcia, i en dictadura.

Anant fins a temps més acostats als d'ara, no seré jo qui negue que allò que va girar al voltant de l'Estatut català de 2006 pot ser considerat, en la seua globalitat, com a lamentable: les promeses públiques fetes des d'una de les Espanyes per càlcul electoral (quan es pensava en determinat escenari polític); les elevacions de l'aposta sobiranista per part dels moderats a l'efecte de superar, també per càlcul electoral, els tradicionals posseïdors de la radicalitat catalanista; la campanya anticatalana en termes estrictes ―«¿Dónde hay que firmar contra Cataluña?»― que l'altra Espanya pogué emprendre joiosa quasi sense contrapesos; el pretés acord salvífic ―però parcial― coronat per un cepillado en el parlament espanyol i una enorme abstenció en el referèndum. Després, és ben sabut, el recurs al Constitucional va conduir a una sentència, el 2010, que va ferir el cor de Jordi Pujol.    

Arribe al present: alguns comentaristes de Madrid diuen que Artur Mas «ha matat el pare». De nou determinades «cabezas castellanas», les que tan es vanten dels seus «órganos», tenen les antenes espatllades. De nou obliden ―perquè voluntàriament han volgut menysprear alguns fets― que el 2005/6 i el 2010 va tocar-se la fibra sensible de milions de catalans. De milions. Tant se'ls la va tocar, que antics españoles del año van decidir el viratge (si més no personal). Així, i després de la manifestació massiva de 10 de juliol de 2010, ningú podia dubtar que el corrent sobiranista/independentista se n'havia eixamplat. Amb les fases àlgides de la crisi, a més, la bola no ha fet més que rodar i rodar i créixer; més encara perquè, en contrast amb la fortíssima fiscalitat exercida sobre el territori de Catalunya, els bascos (en la seua majoria no espanyolistes) i els navarresos (espanyolistes en la seua majoria) tenen una cosa en comú: gràcies al Concert i al Conveni, respectivament, en la pràctica no es gasten un euro en el sosteniment Espanya. L'estat que odien, conllevan, o tant diuen adorar, segons el cas.

Milions de catalans, doncs, han passat d'afirmar ser una nació a mostrar fatiga amb l'estat. I de la fatiga amb l'estat, a voler-ne un altre: 2012, 11 de setembre.

Algunes enquestes afirmen que un bon nombre de catalans veuen en l'adhesió de Convergència i Unió al sobiranisme ―relativament recent― una oportun(ist)a maniobra de distracció, d'encuny publicitari, envers la manera com el govern nacionalista català gestiona les dures circumstàncies econòmiques, i socials, de la Catalunya actual; però les mateixes enquestes també diuen que el 80% dels catalans volen ser consultats sobre si romandre o no al si d'Espanya. I s'ha de suposar que ho volen ser sense que cap militar espanyol, en la reserva o en actiu, els puga coaccionar. Al cap i a la fi, quants dels catalans actuals van poder votar en el referèndum de la Constitució de 1978?

En mig dels dies agitats que es viuen al voltant de la consulta/referèndum que ―Artur Mas dixit― podria iniciar el camí per a la constitució de Catalunya com a estat de la Unió Europea, centenars de personatges d'orientació majorment progressista (i pàtria espanyola) s'han manifestat davant l'opinió pública: d'Almodóvar a Vargas Llosa. No hi han estalviat les crítiques, dures i previsibles, a Mas, CiU, et alii. Però també hi han vessat unes frases que, francament,
haurien de dir-se més sovint: «[...] si ese sentimiento [nacional] de forma mayoritaria se manifestara [a Catalunya] contrario de modo irreductible y permanente al mantenimiento de las instituciones que entre todos nos dimos, la convicción democrática nos obligaría al resto de los españoles a tomarlo en consideración para encontrar una solución apropiada y respetuosa». En mig dels trons, i per fi, la constatació que les relacions de parella només poden ser satisfactòries per l'existència del mutu acord. Sí: algú hauria de dir-ho més sovint. Però el mateix fet d'haver de dir-ho ja ens informa de com està el pati a Espanya.

Rafael Company, 6 de novembre de 2012.

dilluns, 3 de setembre del 2012

Bankia de Levante. Quin morro!

No comment!
Finalment, Bankia de Levante y Murcia. Olé!

dijous, 7 de juny del 2012

Antonio Llàcer Vallés, adéu/adiós

Com em deia esta vesprada José Luis Melià, el dia ha sigut dur. Com em remarcava este matí Jordi Peris, el palo ha sigut fort. Antonio Llàcer Vallés, discret i irònic, ja no viu.
Va ser un dels membres del primer grup en català del primer cicle complet d'Històries (1980-1983); va ser un dels tretze fundadors del Bloc d'Estudiants Agermanats, BEA; va ser -pel que han dit i plorat els seus alumnes de l'IES La Senda de Quart de Poblet- un meravellós professor d'història.
Costa molt haver de dir-li adéu. O adiós. Us jure que, ara mateix, encara commocionat, no sé en quina llengua vaig parlar amb ell en vespres del dia de Reis d'enguany: ell, roent i animat, em va fer riure i em va ajudar a pair esta realitat -miserable i espantosa- que la puta crisi ens ha posat davall dels nassos.
Toni i jo, mentre estudiàvem en valencià a la Facultat de Geografia i Història, o mentre fruïem de les mogudes "de la Dipu" d'aquells joiosos anys, parlàvem en castellà. I ara, commocionat, no recorde si ho seguírem fent en esta llengua en les últimes ocasions en què ens trobàrem.
Hui, en el crematori municipal de València, molta gent li ha dit adéu/adiós. Li ho ha dit -li ho hem dit- amb ullets enrogits, i amb una pena serena i profunda. Ara, ja no he pogut contindre'm més i ací, en privat, en un bloc que supose ja no llig ningú, plore i plore, i li ho dic a cau d'orella: adéu, Toni, adiós...